miércoles, 1 de octubre de 2008

¿Qué onda con...



En las condiciones agrestes, adversas y arduas en que vivía el hombre prehistórico, tener un hijo era, de suyo, un hecho grandioso, pero mantenerlo con vida resultaba sumamente difícil. Por ello, completar cada año de subsistencia se convirtió en motivo de celebración. Del mismo modo, la separación de una pareja debida a que el hombre se iba de caza y la mujer se quedaba con los hijos, hacía del reencuentro un evento importante. Y en ambos casos no se celebraba el amor, sino la reunión; no el cumpleaños, sino la supervivencia. Esto propició que el celebrar fuera algo inherente, propio de los seres humanos, pues a través de milenios de historia de culturas y pueblos, completar y repetir ciclos ha estado lleno de significados y siempre ha sido motivo de festejo.

De acuerdo con T. J. Thibault, los grupos socioculturales siguen una serie de patrones de comportamiento que permiten a sus miembros la identificación y pertenencia, además de lograr la estabilidad. Por esta razón, la repetición de patrones y su conteo progresivo se llenan de significados: recoger una cosecha y dejar de padecer hambre, la caza de un animal que representaba el alimento de varios meses, la cópula de una pareja que culminaba en procreación, etcétera.

Un aniversario corresponde al hecho de cumplir con el patrón año tras año y ésta es la razón por la que la fecha en que se celebra cobra importancia. Por eso, no tiene chiste celebrar nuestro cumpleaños una semana antes, «dar el grito» otro día que no sea el 16 de septiembre o reunirnos para la cena de Navidad el 27 de diciembre. Es decir, los aniversarios están revestidos de significados, porque nosotros nos encargamos de asignárselos y transmitirlos de generación en generación. Desde el primer pastel de cumpleaños y cada vez que la cuenta llega a un lustro, una década o una centena, le otorgamos a ese número cierta importancia; y, mientras mayor sea el número, más valioso es y más merecida la celebración. Así que, en cuestiones de amor y matrimonio, este conteo de la permanencia, la fidelidad, la complicidad, los malos y los buenos momentos cargan a los aniversarios de valor y no resulta extraño, entonces, que se les asigne un nombre, como las famosas bodas de oro o plata.

Esta práctica viene de una antigua costumbre que consistía en hacer un regalo de un material específico y diferente cada año. Por ello no hay bodas de agua, ni de aire, ni de deseos; sólo de materias contantes y sonantes, desde el primer aniversario, que es de papel, hasta el septuagésimo quinto, que es de brillantes.

Sería terriblemente ocioso, y hasta cursi, enumerar los regalos de los aniversarios año tras año —del 1 al 75—, pero hay algunos dignos de ser mencionados: el 17º, por ejemplo, corresponde a las bodas de mobiliario —el regalo perfecto sería, naturalmente, amueblar de nuevo la casa, ¿no?—; el 24º es el de las bodas de instrumentos musicales; el 27º, el de las esculturas; el 32º, el del transporte —un cochecito no está mal—; el 42º, el de las propiedades —¡por fin, la casa en Acapulco que siempre quisimos!—; el 43º, el de los viajes de lujo y los cruceros; y el 44º, un aniversario más sensual: el del chocolate —y, ¡cómo no!, después de dos años seguidos de regalos millonarios—. El 46º es el más romántico: el de poesía, y el 48º, el más raro: el de los regalos ópticos —no se espante, querido lector, con unos lentes oscuros basta.


* Tomado de la revista Algarabía ( y lo pongo porque el 18 de este mes celebraremos bodas de Perla de mis papás! - y para cambiar el mood de los post)

2 comentarios:

Seeker dijo...

Those are funny, I wish I could do the 44º - Chocolate is my middle name lol lol :p

But you right all of that is sociologicaly studyded and it comes to be culture.

Take care dear, try to smile.

xoxo

R. R. dijo...

Ando de curioso en la net, me encontre tu blog, y ahora te dejo saludos!!!